Juan ignacio Brito

La “vieja política” y el auge populista

JUAN IGNACIO BRITO Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del centro Signos de la UAndes

Por: Juan ignacio Brito | Publicado: Miércoles 1 de diciembre de 2021 a las 04:00 hrs.
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Juan ignacio Brito

Una forma de hacer política muere ante nuestros ojos. Por todas partes, los partidos tradicionales sufren severos reveses y están siendo desplazados por agrupaciones y liderazgos nuevos que son capaces de identificar y empatizar con las demandas de un electorado insatisfecho.

En Francia, el Partido Socialista avanza hacia la intrascendencia, mientras la derecha gaullista tiene problemas para competir con los nacionalistas Marine Le Pen y Eric Zemmour, el recién anunciado candidato que podría pasar a segunda vuelta en mayo próximo. En España, las encuestan muestran al derechista Vox pisando los talones al Partido Popular, mientras en Gran Bretaña el Partido Conservador ha debido apoyar el Brexit para mantener vigencia. Incluso en la ordenada Alemania, el SPD y la CDU atraen cada vez menos votos y han debido recurrir a grandes coaliciones o a alianzas variadas para generar mayorías parlamentarias, mientras se asienta la presencia de La Izquierda y, especialmente, Alternativa por Alemania.

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En Estados Unidos, los republicanos han cedido a la tentación populista de Donald Trump y los demócratas sufren con su ala radical. En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha conseguido imponer su liderazgo personal, mientras en Perú gobierna el izquierdista Pedro Castillo.

En contraste con el vigor de los nuevos liderazgos, los partidos tradicionales lucen cansados, desconectados de sus antiguas bases y sin respuestas para los problemas actuales. La centroizquierda es la más afectada. La desindustrialización, la pérdida de poder de los sindicatos, la orientación de las economías hacia los servicios, el desgaste de los estados de bienestar, la defensa de estilos de vida progresistas y el maridaje con la política identitaria la han alejado de su electorado. En muchos lugares, es la derecha populista la que pesca con éxito en ese río revuelto.

La política antigua ha sido incapaz de responder a problemas que se arrastran por décadas. En Europa, el mal manejo de la inmigración -percibida por muchos como una amenaza cultural, laboral y de seguridad- ayuda a explicar el Brexit y el auge de Zemmour, o la irrupción de la Liga en Italia y los Demócratas en Suecia. En América Latina, los triunfos de Jair Bolsonaro (Brasil) y Nayib Bukele (El Salvador) se vinculan con el deterioro de la seguridad ciudadana, mientras que la victoria de Pedro Castillo en Perú parece relacionada con la corrupción y la desigualdad en ese país.

En todos esos lugares, la "vieja política" no supo, no pudo o no quiso leer las señales. En lugar de ella surge ahora una nueva generación de partidos y líderes populistas.

Cuando es genuinamente democrático (no siempre lo es), el populismo posee una gran virtud: su diagnóstico, en general, es correcto. Casi siempre hace una correcta lectura de los problemas que le duelen al electorado y está dispuesto a solucionarlos. Puede que eso no sea suficiente, pero es más que lo que se puede decir de los partidos tradicionales. Muchas veces, estos se encuentran atrapados en lógicas perversas, enquistados en el Estado, corroídos por la corrupción, cooptados por grupos de interés o identitarios y cada vez más lejos de las sensibilidades de la ciudadanía.

Desplazada por la ola de populismo, la política tradicional ha optado por la negación. En lugar de intentar una comprensión del fenómeno, lo demoniza: los populistas serían una rémora del pasado, un obstáculo para el desarrollo, extremistas, ignorantes y autoritarios. Pero el electorado no se deja amedrentar. La tendencia es visible: el populismo va al alza; los partidos tradicionales, en retirada.

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